Liviana esconde su forma.
Se va tachada, no encuentra sogas.
De a poco fue dejando en calles adornadas migajas de su alimento,
partículas de veneno.
El sol quema sus ojos y los cierra apretadamente, veloz arrugándose con todas las acepciones posibles.
Mas aún su fuerza interior le abre los párpados que se grandan desbocados
buscando sus basuras.
Camina sobre sus pasos, pero no quiere volver a ellas.
Se miente.
Se exige y transita los extremos.
Descubre que es una más.
Su historia se repite,
entre disfraces y detalles que parecen disimular las coincidencias.
Liviana se da cuenta de ello.
Su historia se repite, le gana la jugada.
Recoge las migajas dejadas en el suelo por el que pisan suelas ya gastadas.
Algunas traga sin siquiera hacer partícipes de la experiencia al olfato, al gusto.
Caen pesadas en el prisionero estómago.
Otras las desmenuza en su boca.
Saborea,
al sentir su textura en la lengua,
la derrota que implica tomarlas nuevamente.
Negocia con su pasado dejando atrás su nombre.
Liviana se vuelve piedra.
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