jueves

Pequeño Juan

Juan come solo. Aunque podría hacer uso de su pequeñez para cobijarse en un mimo tierno que junto con una canción alusiva le permita vivir el momento de la cena como un encuentro.

Juan llama al chupete mamá. Escucharlo con su mirada demandante y temerosa me petrifica. 
Sostengo mi bronca y lágrimas que no dejo asomar para no profundizar la triste realidad de Juan al presenciar mi lucha con su madre, que no es su mamá. 
Ese lugar lo ocupa el gastado elemento de goma.

Me quedo poco tiempo, estar más en esa escena interpelaría mis batallares diarios contra la desidia logrando herir a quien no quiero, por errores que no puede dejar de cometer.

Madre está perdida. Padre obstinado y pedante no puede resolver su rol más que violentándose indiferente. Ocupan su lugar con pequeñeces en vez de otorgar un hogar a sus pequeños.

Juan come solo, porque la herencia le ha otorgado el rol de hermano. No es en primera persona, sino en referencia a quien sí consigue en la cena las miradas y atenciones. Aquel que ya no cumple con la edad para recibir en su boca la embestida de comida entibiada y cortada para que aunque sea de a porciones breves logre incorporar en su cuerpo desorganizado el alimento recalentado. Mientras Juan con una mirada comprensiva les regala una mueca sonriente liberando a padre que se queda tranquilo y sosteniendo firmemente a madre, ayudándola a ser mamá de otro.

martes

Ayudar a ser,
acompañar el crecer.
Será que tiene la cuenta pendiente,
que su historia la perturba y necesita pensar que alguno estará mejor con sus brazos, con sus palabras, con sus miradas.
La piedra acuñada en su nuca le recuerda que alguien aún la necesita.
Afirma entenderlos, no porque haya vivido sus experiencias, sólo porque consigue su confianza.
Conecta.
Descansan su batallar contra el mundo insignificante y atormentador.
Eso sí lo comparte.
La tormenta y el escaso sentido.
La niña que la habita quisiera encontrar dónde descansar sus batallas.
Empapada, camina cansada.
Prefiere ir a pie, así el barrilete lo remonta ella, lo baja ella, lo guarda.
Ella.
Donde cae genera charcos, se deja ser ahí.
Una parte se queda y adquiere otra. Con mas fuerzas, con mas profundidades.
Ahora es como uno de esos acolchados hechos de mil parches, la mirada reflejada en ellos le regala las fuerzas para cargar con sus banderas que se encausan cuando aparece para darles la palabra, cobijarlos, devanarse los sesos por un certero lugar,
donde ser sin miedos, para crecer con vuelo.


Migajas desperdigadas

Liviana esconde su forma.
Se va tachada, no encuentra sogas.
De a poco fue dejando en calles adornadas migajas de su alimento,
partículas de veneno.

El sol quema sus ojos y los cierra apretadamente, veloz arrugándose con todas las acepciones posibles.
Mas aún su fuerza interior le abre los párpados que se grandan desbocados
buscando sus basuras.

Camina sobre sus pasos, pero no quiere volver a ellas.
Se miente.
Se exige y transita los extremos.
Descubre que es una más.

Su historia se repite,
entre disfraces y detalles que parecen disimular las coincidencias.
Liviana se da cuenta de ello.

Su historia se repite, le gana la jugada.
Recoge las migajas dejadas en el suelo por el que pisan suelas ya gastadas.
Algunas traga sin siquiera hacer partícipes de la experiencia al olfato, al gusto.
Caen pesadas en el prisionero estómago.

Otras las desmenuza en su boca.
Saborea,
al sentir su textura en la lengua,
la derrota que implica tomarlas nuevamente.

Negocia con su pasado dejando atrás su nombre.
Liviana se vuelve piedra.

Carolina no se anima

Suele preguntarse todo mas de mil veces.
Cuenta con sus dedos, con sus años, con sus lágrimas que traga duramente y nunca salen, las veces en que ese interrogante aparece.
No quiere, porque no puede, porque sabe lo que se responderá.
Pero no lo acepta.
Ni pensarlo.
Emerge el vértigo, la falta de decadencia que tanto anhela, 
que resguarda en sus memorias.
Si da lugar a la respuesta real, 
aparece el hacerse cargo.

Es tan claro, Carolina, que tu rock reclama un ser en femenino.
Enfrentar los mas bellos, suaves y transpirados fantasmas que cuando se corporeizan saben dónde, saben cómo.
Quieren todo.
Pero ella no se anima y ahora me dice que nunca se lo interrogó.
Cuanto tuve su lengua en mi boca, cuando tuve sus pensamientos en los míos.
Cuando mastiqué y revolví mis mierdas con las suyas.
Cuando sufrí su alejamiento, gran vacío al no tenerme.
Profundo vacío al no tenerla.

Hoy la escucho decirme que no podría, casi lejana y extranjera.

Sin más lentes que mis pupilas fijas siento que ella siempre querría. 
Cercana.
Una noche, una tarde y sé que superará sus encierros.
Una mañana entredormida que se deje ser.
Que domine el Ello por una vez su mente cercada de detenciones, que aplique en sus recorridos neuronales el alcohol suficiente como el que me ahogó aquel enero.
Como el que me ayudó a atreverme a tomar mi vida y acercarla al abismo.
Caigo. Es aquí cuando la entiendo.
Carolina no puede ir en puntillas por el precipicio debido a que alguien la espera a la vuelta de mi calle.

Un lugar en el camino surcando sus consecuencias.