martes

Carolina no se anima

Suele preguntarse todo mas de mil veces.
Cuenta con sus dedos, con sus años, con sus lágrimas que traga duramente y nunca salen, las veces en que ese interrogante aparece.
No quiere, porque no puede, porque sabe lo que se responderá.
Pero no lo acepta.
Ni pensarlo.
Emerge el vértigo, la falta de decadencia que tanto anhela, 
que resguarda en sus memorias.
Si da lugar a la respuesta real, 
aparece el hacerse cargo.

Es tan claro, Carolina, que tu rock reclama un ser en femenino.
Enfrentar los mas bellos, suaves y transpirados fantasmas que cuando se corporeizan saben dónde, saben cómo.
Quieren todo.
Pero ella no se anima y ahora me dice que nunca se lo interrogó.
Cuanto tuve su lengua en mi boca, cuando tuve sus pensamientos en los míos.
Cuando mastiqué y revolví mis mierdas con las suyas.
Cuando sufrí su alejamiento, gran vacío al no tenerme.
Profundo vacío al no tenerla.

Hoy la escucho decirme que no podría, casi lejana y extranjera.

Sin más lentes que mis pupilas fijas siento que ella siempre querría. 
Cercana.
Una noche, una tarde y sé que superará sus encierros.
Una mañana entredormida que se deje ser.
Que domine el Ello por una vez su mente cercada de detenciones, que aplique en sus recorridos neuronales el alcohol suficiente como el que me ahogó aquel enero.
Como el que me ayudó a atreverme a tomar mi vida y acercarla al abismo.
Caigo. Es aquí cuando la entiendo.
Carolina no puede ir en puntillas por el precipicio debido a que alguien la espera a la vuelta de mi calle.

Un lugar en el camino surcando sus consecuencias.

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