martes

Se aventura

Alba era religiosa, ortodoxa en su credo. 
En él encontraba una respuesta a casi todo y lo que no encajaba lo disimulaba tras el vértigo.
Cada día le rezaba, le temía y alimentaba devotamente a su dios. 
Dios con el tiempo se fue volviendo más y más exigente. La creyente aún con torpeza intentaba seguir los lineamientos, la mantenían a salvo. 
Estaba persuadida que si moría, sus pecad
os serían perdonados por su impaciente necesidad de compadecer ante los preceptos de su culto.
Alba no era tonta, simulaba para poder desandar e ir sin carga por el delineado camino entre espejos rotos. Ahí reside la contrariedad. Lo inculto, oculto en la zaga de palabras rimbombantes. Algún día se iba a quitar la venda.
Ortodoxa aún asumía un grave problema en su fe. Las liturgias de la misa contemplaban la solemnidad de los discursos y se mezclaban con un dictamen analítico.
Su fe, como ninguna otra, admitía el pensamiento crítico. Fue ese su mayor error.
Las religiones no se critican, se sienten.
Ella ya no sentía. Criticaba, pensaba, analizaba. El sentimiento la había abandonado.
La necedad se alborotaba en su alcoba impidiéndole culminar el ritual del misticismo.
Se hizo prisionera, pero no consiguió reconocimientos por ello. Le habían dicho que la clausura era un espacio donde las devotas pueden refugiarse cuando más lo necesitan. Ese lugar no le estaba habilitado, sus luces no se lograban cubrir fácilmente.
Tenían miedo que pudriera a las demás manzanas con su cercanía. Le vedaron el convento.
Se hizo hereje entonces, pero no la desterraban ni la masacraban en la plaza del pueblo. La ignoraban. Cualquier acción pública lograría generar adeptos y ese no era el plan. Alba debía convencerse y partir, sin mediar presiones ya que las advertiría.
Todo a escondidas, todo en penumbras a la luz del día. Si quería irse debería hacerse cargo sola de la apostasía.
Elegía quedarse, pues al menos gozaba de una fe, una creencia. Su ateísmo allí se detenía, tal vez ya podía manifestarse agnóstica sin embargo poseía un dios. O un dios la poseía.
Un día una piedra la despertó, le ajó la sien. Devastó a su dios que andaba distraído y perdió el partido con su tan temerario competidor.
Se volvió triste, se perdió entre discrepancias.
Ni dios, ni patrón, ni marido gritó desgarradoramente.
Su ortodoxia cambió de eje.
Ni dios ni patrón ni marido, escuchó fuerte un rezar.
Repitió y al intentar recrear la plegaria ya las palabras sonaban nuevas, no eran repetición sino creación genuina.
Al andar Alba confirmó, ni él como dios, ni él como patrón, ni él como marido.
Al amanecer Alba se sintió libre, sol profundo que recordaba su nombre regó su piel de colores. Madrugadas embebidas de placeres reprimidos comenzaron a echar raíces, tardes, noches, mates.
Caminó de la mano, alzó la voz. Embanderó su lucha.
Alba dogmática, aún leal a su dios, se detuvo.
Atinó deleitada a levantar la mirada.
Vio su piélago amplio de horizontes inabarcables. Dejó su miedo, tomó su ser.
Acertó su rezo, compartió en lágrimas tendidas sus anarquías.
No entiendo, yo te amaba! - clamó
No entiendo, yo defendía nuestro credo!
No entiendo, yo no sigo. Aquí me quedo!
La vi erigir sus rumbos, la vi feliz entre opacidades.
Su cuerpo cansado a veces le reclama, pero entre arcoíris le regala sosiegos.
Alba disfruta, toma la palabra. No es casualidad. Es deseo, es acción pero sobre todo, Alba se aventura.

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