A veces no
te piden permiso e irrumpen.
Personas
que no encajan en tus preceptos, quienes si estás atenta ni mirás, porque los
bardos te impiden despegarte de las paredes que salvan.
Sin más
consentimiento que una invitación alcoholizada, una mañana vuelta llegada a una
casa que no era la mía, compartimos libertades.
Por las
dudas que el inconciente brotando por el vino apareciera, moví mis pestañas y
pregunté con sorna tu nombre después de varias horas y demasiados besos.
Esos que
nunca deben existir cuando la casualidad se vuelve sexo.
Estoy
perdiendo las mañas, pensé.
En retirada
no pude disimular el desconcierto.
Me dejé ver
demasiado y volviste.
Juego de
cosificación que no funcionó, no me lo creíste.
Golpes
bajos.
Te presentás
con la seguridad del observador y con la pericia del que no practica sino que
vive los vínculos como posibilidades.
Y acá
estoy, debatiéndome entre esperas.
La que me
incita a pensarnos como un juego real y la que me detiene convencida que
desaparecerás pronto, con la justificación de mis inadaptadas ansiedades
favorables a la soledad que sostiene punzantes arrebatos protegiendo mi
vulnerable corazón acorazado.
Cobardías
que aún no descubro en tu cantar tranquilo
pero seguro
tendrás.
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