viernes

Maligno Sr Neuro

Te imploro que aparezcas, miedo
Necesito sentir tu sabor en mi miel.
Las ideas desordenadas combinan con las prendas de mi placard e intento darles forma pero es inútil, la realidad, las distancias y los tiempos imprevistos se apoyan sobre ellas.

Ideas que en mi mente parecen desfilar entre carriles de algodón que las cautivan y persuaden para atraparlas en la comodidad que invita a dejarse llevar.

Los sentidos se confunden y al acostarme tu olor me distrae.
Sin saber quien sos, me expongo.
Muestro mis secretos, transparento aquello que me vulnera.
Tal vez ahi está el maldito Señor Neuro escabullendose para alejarte, para resguardarme.
Quién quiere ver de alguien sus miserias en una noche, de qué sirve embanderarse tras los tules del desparpajo.
Diciembre traerá nuevamente la soledad porque encargaré las flores para el entierro de este sol atrayendote mariposa a la luz para que te quemes velozmente.
¡Ahi estás, miedo!
Ahi está tu sabor.
Te descubro maligno,
te dejaré explayarte cuando llegues ya que otra no me queda.

Por ahora, me queda disfrutar de tu azulada mirada que me impregna el día entero de luz,
me queda recordarme entre tus suaves brazos que distienden mis suspiros,
me queda sambullirme en tu boca, donde mis besos se vuelven vino tinto.
Me queda sentarme a tu izquierda y esperar sorprenderme en un no-lugar donde las no-cosas pueden pasar.

Chapoteos

Sin demasiado en juego mojo las suelas en el chapotear de mi Almagro
voy a tu encuentro.
que en realidad es nuestro.



Poner algo de mí en él sería condición para que me veas.
Dejar caer esos fortines, que entres a Troya tocando la campana.
Dejarte pasar.

Quien verá de mí aquel rincón no serás este día.
Aquí, hoy, descubro simples recortes y destellos.
Aparece el cambio.
Pudiendo aclarar, no lo elijo.
Aventuro desconciertos.

Evado las sensaciones y recurro al pensamiento en círculos
Almagro me resuena, alma en negro.
O en negras y corcheas que se coordinan disarmónicas.
Quiebres, ansiedades.

Veo el camino, me falta poco.
Dejo estas líneas, transitaré otras.

Canciones de estereotipia

Debo admitirlo, la razón a veces no alcanza.
Un día canta un llanto diferente y un día alguien lo escucha.
Mil indicios se vuelven causas sólo cuando hay red para aunarlos.
Si esto sucede la red atrapa, no hay vuelta atrás.
La única opción es la salida que no admite como yo,
la razón a veces no alcanza.

Expulsa, catapulta.
Deja atrás sensaciones y transporta hacia otras.
Atrás, otras.
Una vocal de diferencia.
Atrás, otras.
Desasosiego.
Angustia por no tener palabras para explicarlo.
Debo admitirlo, la razón a veces no alcanza.

Quisiera no haber despertado esa tarde,
haber sostenido en mis pestañas la burbuja para que no explote.



Regreso al ruido, allí estoy a salvo.
Invaden mi cabeza las canciones de esteriotipia.
Las repito, las escucho, les doy lugar.
Me calman.
Me resguardo, sé quien soy en ellas.
Colchón de piedras, lugar común.
Escape.

lunes

Alejándose

Alejandra se aleja porque no puede mirar los ojos de sus propias armaduras
Toma un tren, vuelve a contemplarse con 20 años en una placa de metal vuelta espejo. 
Quizás tenga algunos más, pero en ese plan no ha aprendido de la experiencia 

Alejandra nunca tuvo esas gomas que borran bien o tal vez es como le repetían a los gritos, sus marcas no se borran nunca del todo porque aprieta demasiado al escribir. 
Escribe hundiendo el lápiz en la hoja apasionadamente, como vive. Aún sabiendo que si se equivoca quedará la evidencia del acto erróneo, elige seguir así. 
Escribiendo profundamente, como vive.

Alejandra tiene una parte redonda y de ricota. Como es suspicaz en lo literario se pasó a lo literal y en su cuerpo "lleva tatuada la marca de los aguijones" o mejor dicho los que le hizo aquella que ve en el espejo. 
Pero no aprende.
No puede escribir despacito.
No puede elegir frenarse antes de tomar ese tren. 

Ahora se le anuda la garganta y solo salen puteadas de su boca. 
Repasa en fotos que toma con sus ojos, sensaciones que registra con sus manos y otros sentidos las causas que la convencen.
Sus tatuajes tienen razón. Su tiempo en Babilonia no fue sólo una etapa. 
Hoy Alejandra estaba por tomar el tren y le sonó el teléfono, no quiso hacerle frente a Mariana, continuó su camino pisando, entre huellas ya surcadas, las basuras de su vuelta.  


Alejandra sabe que no debe, pero esta noche regresa y para zafar recurrirá a sus dotes que la acompañan desde niña 
Pinta sus ojos, acorta la pollera. 
Pide una cerveza en un bar lleno de moscas. 
Alejandra allí resalta, allí transgrede. 
Alejandra allí es violenta con ser vacía. 


Si fuera ella misma en ese hueco no alcanzarían los índices para señalarla. 
Sin embargo, no puede.


Ahora, aquí, Alejandra se aleja. 

En el aire

Viajar sin equipaje, 
ir sin peso por un rumbo donde cada lugar me brinde formas, 
modos, 
modas.
Salir un día de una de mis casas en busca de otra
Sin más mochilas que un cuaderno y dos lapiceras. 
Por si alguna se encapricha en retener su tinta en el interior del delgado cuerpo.
Recolectar en la ruta vestidos de flores, 
rayar mi piel con el pavimento,
mancharla con el dibujo dispar de las piedras.
Calzarme unas volátiles zapatillas de arena que al caminar se deshagan 
y al continuar se construyan diferentes
torzar mi pelo con espigas y yuyos salvajes
decorarlo de verdes y amarillos. 
Combinar mis rulos con azahares
salir liviana, volver más aún

El comentarista

Emilio llega y se sienta en el banco. Incómodo intenta parecer a gusto.
Antes de cruzar la puerta registra la intrépida pregunta que ya conoce y se le aparece cada vez.
-         ¿Qué mierda vengo a hacer yo acá?

Sabe la respuesta pero no se deja ni pensarla. Precipitadamente se le amontonan respuestas subsidiarias que fundamentan su estancia allí a modo de defensas que atajan la goleada de derrota que significaría hacerle lugar a la real.

Emilio llega y se sienta en el banco. Incómodo se hace notar simpático y conversador.
Comentarista. 
En el banco verde que una vez fue riel negro plomo del ferrocarril del pueblo que vio crecer a su abuelo, comenta porque sabe y los de alrededor le reconocen la pericia.
Pero teme.
Algunos ya no lo ven como la figura que todos querían de 7 en su equipo.
Algunos imberbes que aprenden verbos inventados en esquinas sin poesía lo conocen por “el comentarista”.
Aquel Emilio que sabe, que tiene calle y picardía.
Pasto y barro de algún pasado que en el mirar desprovisto de memoria parece lejano. Sin embargo, para él es presente, es el ingenuo mañana por el que lucha transitando interminables caminares andamiados que sabe no reconstruirán sus destrezas perdidas.
Esperanzado se convence que las mañas y el baldío le permitirán salvar los daños, las marcas y la edad que ya le sobra por unos años.

Emilio llega, deja las muletas y se sienta.
Incómodo.
Alienta a sus compañeros, examina las jugadas.
Añora la redonda, la ve danzando por el paño verde casi mojado, con olor a recién cortado.
Espera ver el juego lindo y el Tiki Tiki, aun sabiendo que hoy muchas veces se enturbia con la fuerza y el pelotazo.
Aun con verse esas piernas apocadas que en el segundo tiempo ya reclaman calmas tóxicas recetadas y de las que no lo son tanto, para poder quedarse aunque sea mirando, comentando, imaginando que volverá. Recreando en su mente las jugadas que él haría en cada momento.
Sabiendo que lo lleva en la sangre, que late su corazón cuando lo inventa posible.
Relata su vuelta temiendo tornarse amigo inseparable de ese riel vuelto banco.
Inseparable al menos de su pasión, amigo al menos de que los que con su juego inexacto adornan el arte más popular y democrático, como él lo define.
El que Emilio más entiende, el que lo lleva a levantarse de su cuarto entre colores verdes y negros que una vez lo vistieron para acercarse torpemente a esa puerta, reiterar la pregunta y esperar ansioso que sus respuestas le atajen los goles.
Los equipos del barrio lo esperan, Emilio es parte, su presencia les recuerda la pasión y les exige la entrega.
Hoy son ellos, pero la redonda es de quien la sabe acariciar.


Ser una parte


Me  gustaría ser Alejandra, morir en mi mundo de gritos insólitos, tan cómplices de todos.
Lamentables y acallados por el resto a quienes solo representan sus miedos, porque tan bellas palabras son reflejo de una descripción altruista que pocos se animan a registrar.
Ser tanguito, sostener mi encierro en la lucha por una frase.
Soportar la cárcel con tal de que la coherencia me acompañe.
Contemplar acodes brotando de mi mente deformada que sin escuelas arma leyendas inabarcables.
Ser Alfonsina, sumergirme en la poesía de un amor irremediable.
Me gustaría tener coraje, ser Juana y despojarme de esperables por encausarme al erguir una bandera.
Tener la voz de la negra, para encolerizar a los atentos al recitar en voz alzada los versos del cancionero popular que nos cobija la identidad
Ser Catita, sorprender en mil sonrisas a mi abuela con su sueño cumplido.
Ser bataclana de irónica picardía.
Me gustaría ser Berta, incomodar a muchos con la pregunta incorrecta y la búsqueda más empedrada sobre el aprender de los ninguneados.
Aunar esas partículas distantes que se imponen ilusamente.
Encontrar el químico que las mezcle, las pegue, el que las libere de sus inclementes dotes de grandeza.
El que las tranquilice sin apagarlas.
Ponerlas en un tazón y revolverlas.
Quedará su sabor de rebeldía, su mirada extrañada.
La sorpresa de saberse igual, la certeza de sentirse allí en el medio de la locura que habilita.
En la esperanza de poder desear.
Amanecer en Tilcara o en Pompeya.
Siempre en mi cama.
En mi ser.
Sobre mis pies que son vuelo.