No te
espero, pero de alguna casual manera arreglo mi cabello.
Tengo un
optimismo moribundo que alimento en soledad
Qué grande
es esta palabra: soledad.
Hasta su
sonoridad le pesa, ¿tanto puede pesar una desinencia?.
No te
espero, pero de todos modos estoy despierta. No concibo el descanso como
opción.
Nauseabunda
declinación de sabores que desestimo.
¿Qué es una
oportunidad para quien no la espera, no la desea, no la percibe?
La nada, ni
un suspiro, siquiera un escalofrío. Nada.
Y yo que no
te espero, pienso tanto en vos que te invento.
No
quiero que vengas, tan sólo deseo la
posibilidad de escuchar mi voz hablando con otro que no conoce más que al
personaje, ese que también soy.
No sos vos,
es mi voz a la que espero.
Tal vez sea
eso la soledad, el sentir al impaciente deseo de uno mismo siendo para otro
porque el “conmigo” aturde.
Son
demasiados caminos en la perplejidad de la urgencia que se detiene con el
emergente contexto incontenible, inconcebible.
Tan sola,
aun acompañada. Soy sólo mi voz hoy, esa que no escucho.
Concentro
mis fuerzas en ella.
Es verdad.
Por eso te elijo aunque no te espero. Porque no
me importa la compañía de tu ser solo me
interesa tu mirada profunda y gris que renueva mi voz atontándote en historias
que te atraen al escuchar.
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