Las
historias no terminan, se superponen y en
el mejor de los casos se suceden unas a otras.
Esta
historia quisiera un final. Pues no lo tiene.
Papeles,
firmas, desprendimientos. Despedidas, enojos, alejamientos que ignoran.
Intentos de
captar el temblor de un amor, el abrazo que enérgicamente fortalece.
¿Cómo
deshacerse de aquellos momentos?
No me
resigno a pensar que las historias terminan.
Cambian.
Las
personas si, nosotros terminamos de ser unos, pasamos a ser otros.
Desconocidos.
Es un
trueque interno, un mal menor, un crecimiento desesperado, un desengaño, una
apuesta. Un avance, una perfecta reflexión en
el mejor de los casos.
En algunos momentos la disipación nos ata a los
recuerdos porque ya no hay hoy y el presente no acepta resignado al pasado
sumergiéndose en recuerdos que pierden nitidez.
No, las
historias evidentemente no terminan.
Veo,
escucho y siento cómo se las nombra y reactualizan el sentido.
La memoria
se disfraza y uno recuerda sólo lo que en el momento necesita, será tal vez lo
bueno, será parte de lo malo, simplemente ese momento que te decidió.
Tanto
cuesta pensar en finales que ni uno para este escrito me sale.
Sin tapujos
me dispongo a encausar modos ensayando un preludio de palabras que te olvidan.
Es la forma
que tengo de cerrarte la puerta, historia infinita que sólo presenciará días
como anécdota en el mareo cotidiano del mar que me puebla las
palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario