Buscando la
trampa del león
Inesperadamente se convierte en león aquella figura
que hacía transitar la excitante sensación densa que provoca la curiosidad de
la sílfide.
Rayas, círculos, ideas, remolinos...
Él transmuta en ello que me hace quedar perpleja.
Se demuestra león.
Sílfide agazapada.
Comienza el desconcierto, responsable, culpógeno.
Desconcierto que en un juicio sería doloso, porque ya no es ingenuo.
Una sabe que cuando se le presenta un león está
perdida. Cautiva.
Indomables por complejos.
Incomprensibles por cerrados.
Leones tranquilos que seleccionan batallas entre
coyunturas minadas de emergencias que sólo ve su sílfide encaprichada.
Leones pensativos que no negocian ni aprenden,
filosofan incesantemente en sus libres arenas utópicas.
Allí, en ese encierro relajante de su soledad elegida.
De alguna manera, la sílfide despliega su arrogante
estrategia. Lo conquista. Llama su atención fortuita. Con una sonrisa, sus
razonamientos y un imparable arroyo de palabras que son melodía invasiva.
De todas las maneras posibles, el león la atrapa.
Siempre con los mismos artilugios.
Su mirada, su cautela, sus silencios, sus aciertos y
sobretodo, esa ausencia de filtro que vuelve a provocar a la curiosa sílfide
que cae una y otra vez.
No se esconde, es manifiestamente león. Ella lo
intenta, pero él la descubre sin quererlo. Es agua cristalina que al beberla
provoca borrachera. Con el primer sorbo, se vuelve necesario el segundo.
Sílfide eficiente.
Sin embargo, él se reprocha haber caído en el
resplandor de sus respiros. Sólo necesita ser ella, liberando imanes químicos
para su león que se acerca, ya se pertenecen.
Él es más sereno, precavido y temeroso, se aleja
convencido de que los destellos no lo tocan en la distancia.
Acierta.
Vive sus días tranquilo, sabiendo que ella existe. Eso
le basta.
Sigue caminos de sombras porque el fuego está en ella.
Elije no tenerla. Se queda en su pequeño mundo donde domina. Con ella se
pierde, con ella, él también es agua cristalina.
La sílfide se exige inútilmente no caer cuando ya está
en el abismo de sus garras, silencios y miradas.
Profundidad y descenso. Naturaleza y mente.
Sílfide, altiva y sagaz solo es espuma. Es imagen y
aventura. Acelerada. Perspicaz.
Sus comportamientos fluctúan entre observación, conflicto
y análisis. Pero ella también vive a oscuras. Entre laberintos inentendibles.
El león la mira, la desea, pero no puede acercarse
decididamente. No logra ser etéreo como ella.
Él es naturaleza y ella mente.
Ella vivencia en su presencia la irracionalidad, a él
lo tiraniza el vestigio de su llamado.
No tenía que existir, no es el momento.
La sílfide desespera.
El león, retrocede.
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